Regentado actualmente por la cuarta generación, todo empezó cuando un joven conquense, Julián Díaz, llegó a Madrid a finales del siglo XIX con la esperanza de un futuro mejor. Comenzó como mozo de almacén en una tienda de la Calle Ruda, en el barrio de “Cascorro”. A la muerte de su dueño, éste le dejó en herencia el negocio y este decidió abrir sobre 1890, la venta “Vinos Díaz.
Historia de Malacatín
“Tin, tin, tin,
Malacatín tin, tin, tin"
Primera generación:
Julián conoció a la madre de sus doce hijos. Una cocinera que preparaba un cocido excepcional, tanto, que Julián decidió incluirlo como menú para ofrecer a los clientes. Una idea que entonces parecía disparatada, acabó resultando un éxito desde entonces hasta ahora.
El cántico de Malacatín:
Un simpático mendigo, cargado con su guitarra, tocaba una melodía que acompañaba con un canturreo en la puerta de la taberna “Tin, tin, tin, Malacatín tin, tin, tin”. Tanto visitaba la taberna con su canción que el lugar terminó acuñando ese nombre entre sus clientes: Malacatín.
Segunda generación:
Florita e Isidro: Florita, la hija menor recoge el testigo y se casa con Isidro, un leonés de casta y juntos enriquecen su ya afamado cocido. Incluyeron chorizo de León y la morcilla asturiana, aportando al guiso personalidad y un sabor inigualable.
Tercera y cuarta generación:
Isidro y Florita tuvieron una hija, Conchi, que continuó con la tradición familiar. Tanta pasión por el negocio fue heredada también por su hijo José Alberto, que regenta actualmente la taberna con el mismo mimo y cuidado por los platos y los clientes que todos sus antepasados.
La historia de Malacatín se remonta al año 1893. Julian Díaz llega desde Horcajo de Santiago (Cuenca) a Madrid, con ganas de comerse el mundo. Buscándose la vida para alcanzar sus sueños, comienza a trabajar como chico de los recados en un pequeño negocio de bebidas de unos conocidos.
Esta experiencia le sirve para lanzarse, al cabo de dos años, en 1895, a la aventura empresarial. En el número 5 de la madrileña calle de la Ruda encuentra un encierro sin agua ni luz de gas. Allí establece la pequeña tienda de vinos alumbrada por faroles de aceite que desde las seis de la mañana atenderá al público de la zona. Panaderos, traperos, ropavejeros, faroleros…todos ellos pasan por allí desde entonces para tomarse sus copitas de aguardiente, de licor de hierbas y el “suave”, una bebida tradicional de la época que servía, como todas ellas para que aquellos que trabajaban de noche y con frío, pudieran coger algo de temperatura de esta forma y seguir su rutina.
En su devenir diario conoció a María, la mujer que le dió descendencia: 10 mujeres y 2 varones. Toda la familia ayudaba en la taberna que por entonces ya era popular en la zona de El Rastro. Por sus hijas fue por lo que su pequeña expendiduría de bebidas comenzó a conocerse como “las chicas”. Sus clientes agradecían la simpatía de toda la familia y así, se convirtió en uno de los favoritos de Madrid.
Pero la verdadera leyenda comienza cuando un mendigo en busca de alguna limosna o una copita de vino comenzó a frecuentar la calle de la Ruda. Cargado con su guitarra, tocaba una melodía que acompañaba con un canturreo que decía “Tin, tin, tin, Malacatín tin,tin,tin”. Así conseguía los favores de Julián y de las chicas y la simpatía de todos los que por allí pasaban. Gracias a él empezaron a conocer la taberna de Julián como “Julián el de Malacatín”.
Los años fueron pasando y Florita, la menor de las hijas, encontró el amor en un leonés de casta y carácter trabajador, Isidro. Ella recogió así el testigo de sus padres y ambos registraron el negocio en los años 50 ya oficialmente con el nombre de Malacatín. Qué mejor homenaje para aquél personaje tan entrañable.
En ese momento deciden mejorar su negocio, introduciendo la cocina casera como parte de su oferta gastronómica. Un menú del día a precios populares, la mano de Florita y el buen gusto de Isidro a la hora de seleccionar las materias primas y atender a los clientes fueron los grandes responsables del éxito de Malacatín desde aquél entonces.
Un buen día el matrimonio pensó en empezar a servir cocido. Cocido madrileño como el que hacían en casa, para ellos. Con las mejores viandas, abundante, para que nadie se quedara con hambre. Con chorizo de la tierra de Isidro, de León, potente y sabroso. La morcilla, traida de tierras asturianas. Y el garbanzo, de Zamora, con personalidad y sello de garantía. Y por supuesto con todos los acompañamientos que hicieran de ese cocido en tres vuelcos algo inigualable. Para gustar en Madrid y en todo el mundo. Al estilo Malacatín. Sin duda un éxito que pronto hizo que se convirtiera en la especialidad de la Casa.
Más tarde su única hija, Conchi, se dejó seducir por los fogones de Malacatín continuando con la tradición familiar. Tanta pasión por el negocio fue heredada también por su hijo Jose Alberto, cuarta generación de la familia, que regenta actualmente la taberna con las mismas premisas que todos sus antepasados: calidad y buen trato al cliente, tanto como aquél que ofrecieron al buen mendigo que les regaló su nombre, Malacatín.